Arquitectura, algunas anécdotas.


Sabotaje temprano:

Hugo Sotelo, me consultó por una fisura en una pared de su casa.
La empresa constructora, que era una empresa muy prolija en sus obras, no acertaba con el diagnóstico, y había fallado en repetidos intentos de reparación.
Yo recién empezaba como arquitecto, y diagnostiqué un asentamiento de un pilote en un lugar determinado. Apenas retirada la tierra de la zona indicada, se constató la falla constructiva, que era muy rara, porque encontramos 3 cm. de barro entre la cabeza del pilote y las vigas que se debían apoyar en este. Se reparó  reforzando con hormigón, y la cosa pasó. El dueño me tomó mucha confianza.
Lo gracioso, es que pasados casi 20 años, un constructor me dijo que un albañil, al que llamaremos X, durante una huelga, realizó un sabotaje en la obra de Sotelo y me contó, que en tal zona, había echado barro entre el pilote y las vigas sin que nadie se diera cuenta, y después se pavoneaba por lo hecho.
Pero, lo más gracioso es que al pasar el tiempo, el albañil X me vino a pedir trabajo y yo le dije:
- "Justo, tengo un trabajo para tí: Conocés a Hugo Sotelo?"
- Y él me dijo -"sí".
- Bueno, le dije yo, "Sotelo necesita urgentemente un albañil, así que tenés suerte. Andá enseguida."
Nunca más volvió.

Casa del Dr. Arturo Rodríguez

Se trataba de una casa muy grande y antigua, con muchas ampliaciones realizadas en diversas épocas, por su padre, ingeniero del ferrocarril.
Tampoco esta vez, ni el arquitecto ni la empresa constructora, acertaron a arreglar innumerables rajaduras por toda la casa. Cansado, Arturo me llamó.
Conociendo entonces la diversidad de obras realizadas, reformas, ampliaciones etc., resultó ser un caso muy complejo.
La casa, si bien era una buena mansión, llena de rajaduras, a tal punto que la señora, me dijo: " De tanto verlas, he llegado a quererlas. Estamos obsesionados "
Recimentar, era una de las soluciones, pero había que romper pisos, revoques, etc. y salía casi más económico hacer toda la casa de nuevo.
Preferí  arriesgar otra solución que (según estudié en libros italianos sobre conservación de edificios históricos) partía de reparar individualmente cada rajadura, dándole la cohesión que había perdido al romperse la pared.
Le sugerí al propietario arriesgar un mínimo de dinero, arreglando a conciencia, rajadura por rajadura, sin llegar a recimentar.
Contraté un albañil muy prolijo e inteligente que, paso a paso, cumplía lo que yo le indicaba.
Así apostamos... y ganamos. ¡Nunca más se volvió a rajar!

Ahora, ya pasados varios años, se me ocurre una interpretación, un pensamiento lateral, que me  lleva a una analogía relacionada con la vida en la sociedad y es esta:
"Cuando las instituciones están deterioradas, muchos proponen demoler y hacer nuevo, o por lo menos realizar costosas modificaciones con grandes riesgos.
Este ejemplo que nos da consolidar una obra deteriorada, nos animaría a descubrir que lo que una religión propone, es arreglar las fisuras internas del corazón del hombre, sin necesidad de destruír lo mucho bueno que puede tener una sociedad."
Y me trae a la memoria aquel padre que le muestra a su hijo un periódico con un mapamundi, y rompiéndolo en pequeños pedazos le pide que lo vuelva a armar.
Al minuto, el chico se lo entrega ya armado, y le dice: "detrás del mundo, estaba impresa una imagn de hombre.
Yo armé el hombre y quedó armado el mundo".

Es lindo, cuando tenemos que enfrentar un problema nuevo y debemos "quemarnos las cejas" pesando los riesgos, eligiendo caminos, buscando quien haga el trabajo, y cuidando, vigilando y motivando a todo un equipo para tener éxito.
Es claro, que en todo, debe haber buena fe, tanto en el personal, como de parte del propietario.

Riesgos que no se ven.

Yo, de chico, no era demasiado arriesgado. Me trepaba a los árboles, como todos, pero no hacía muchas bravatas.
Pero al ejercer la arquitectura, debí subir a ciertas alturas a las que poca gente adulta se anima: Escaleras rotas, techos inclinados y resbaladizos, encofrados a medio hacer o endebles, cabezazos contra puntales con clavos, asomarse a bordes peligrosos, etc.

Recuerdo una mañana de invierno, en la casa de Raquel Píriz, que llegué antes que el constructor y me subí a un techo de dolmenit recubierto de escarcha y apenas subí, empecé a deslizarme hacia abajo... y caería de espaldas por lo menos 4 metros sobre otra escalera con escalones de material.
Al sentir que me deslizaba, atiné a apoyar los codos y con eso, frené el deslizamiento.
Pero quedé inmóvil por unos minutos y al final, pensando que era inútil pedir auxilio, decidí aventurar ir hacia arriba, gateando cautamente sobre el hielo.
Y pude llegar arriba, lentamente.
Una vez allí, esperé al constructor, que vino una hora después.
Y me ayudó a bajar cuando desapareció el hielo del dolmenit.

Son riesgos que impone la obra, y a veces hay que aceptar los desafíos que nos hacen los constructores  ya sea para ver hasta dónde somos "valientes", o porque confían que uno no se anime a subir, para así ocultar alguna cosa mal hecha que no quieren que sea descubierta por el arquitecto.
Muchas otras veces me he encontrado entre la espada y la pared, y he tenido que "echar para adelante".
A veces, se trata de una discusión, en la que podríamos llevar la peor parte, ya que debemos exigir  fuertemente el cumplimiento de algo, y sabemos que la otra parte anda armada, o es de carácter violento.

Carlos A. Trobo, arquitecto.

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